El taller requiere de una decisión personal más que de normas impuestas. No debe ser una imposición, como tampoco puede improvisarse.
Se pueden reconocer algunos elementos constitutivos del Taller:
- una opción por trabajar en pequeños grupos
- una valoración de la participación de los propios sujetos en la responsabilidad de sus propios aprendizajes.
- Una integración de las experiencias personales de cada participante en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
- Una intencionalidad operativa, es decir, que los aprendizajes adquiridos en el Taller tengan una influencia en la acción de los propios participantes.
El taller se constituye en una experiencia social en la medida que los participantes interactúan entre sí en torno a una tarea específica. Dicha experiencia modifica el rol pasivo a un rol protagónico en el aprendizaje. El sujeto participa del grupo para vivir un proceso colectivo de conocimientos tendiente a la comprensión global de la realidad. De esa manera el proceso de conocimiento es asumido por el grupo, el que cuenta con una coordinación de carácter operativo y que favorece la democracia grupal.
Podemos definir el Taller como el tiempo-espacio para la vivencia, la reflexión y la conceptualización.
La vivencia puede entenderse como el primer paso en el cual se implementarán ciertas técnicas disparadoras con el objetivo de romper el hielo y movilizar algunas estructuras cognitivas en relación al tema que se trate.
Esta vivencia puede desarrollarse progresivamente desde un escaso compromiso intelectual-afectivo, hasta un momento de alto grado de compromiso. Ello dependerá del tipo de grupo, del grado de confianza e integración de los miembros del mismo.
El tiempo-espacio para la reflexión es tan rico como el anterior. En él se repiensa acerca del cómo se sintió la experiencia y qué ideas aporta, desde ese pensar, cada integrante, con lo cual se van hilvanando distintos contenidos más emocionales que conceptuales, en relación con las técnicas disparadoras. Estos contenidos se dejan en suspenso hasta la siguiente etapa, en la que se busca articular aquél hacer con el sentir para producir nuevas hipótesis que llevarán a la síntesis y conceptualización final.
De esta manera en el taller se van produciendo diferentes aprendizajes.
Aprender en tanto proceso que lleva a todo sujeto humano a inquirir, indagar, investigar la realidad y que le permite tomarla para producir las modificaciones en ella, al mismo tiempo que se realizan en el propio sujeto. De alguna manera, ese transitar por las diferentes experiencias, lo lleva a ratificar o rectificar modelos aprehendidos, actitudes, comportamientos. También, durante la tarea educativa, se movilizan estructuras personales, rompiendo con los estereotipos que no ayudan a crecer.
Es necesario destacar que todo aprendizaje parte de una experiencia previa y de una red de interacciones, que en el Taller se ponen de manifiesto, mostrando una acuarela de fragmentos que es preciso integrar. Por lo tanto el Taller puede convertirse en un lugar de vínculos, de participación, donde se desarrollan distintos estilos de comunicación y, por ende, un lugar de producción social de objetos, hechos y conocimientos.
En el taller confluyen prácticamente, el método y la técnica, es decir, una metodología que, como tal, exige la relación lógica entre los objetivos, los contenidos en que se plasman los objetivos, los métodos con los cuales se lleva adelante el proceso de generación y apropiación de contenidos, al mismo tiempo se deben tener en cuenta las técnicas o instrumentos que se requieren para generar acciones de cambio tendientes a los objetivos planteados en la planificación.
El espacio del Taller se inicia con la presentación de un problema, a partir del cual se da un proceso de desestructuración, de reconstrucción, para llegar a través de los pasos sucesivos a una nueva estructuración.
Proceso éste, dialéctico por naturaleza, que nos permitirá ir de la acción a la reflexión y a una nueva conceptualización, resultado de la dinámica que se produce en el Taller.
La dinámica de la cual hablamos, en tanto grupal, va generando un proceso educativo, un aprendizaje, pero al mismo tiempo, efectos terapéuticos por cuanto aparecen conflictos personales intrasubjetivos que se ponen en juego durante la experiencia y que es posible visualizarlos a la luz de la explicitación, en un ámbito de comunicación y confianza que se facilita en el taller y que ayuda a pensar y a co-pensar con el otro.
En definitiva, el Taller es un nuevo camino con alternativas pedagógicas que estimulan el aprendizaje, las intersubjetividades, la creatividad, en busca de la aprobación del objeto de conocimiento. Pero, ¿cómo se planifica un Taller para lograr la eficacia, eficiencia y efectividad ¿Cada taller necesita una programación pertinente y previsible. No es cuestión de improvisar a partir del uso de determinadas técnicas, sino por el contrario tener en cuenta algunas variables fundamentales.
En relación a los pasos previos al desarrollo de cualquier actividad, es fundamental tener presente:
1- Conocimiento de las personas que formarán parte del taller. Si es un grupo conocido; si algunos integrantes se conocen y otros no; qué características tienen esas personas; son miembros de una comunidad barrial, de una escuela, son profesionales, técnicos, docentes, padres, adolescentes, embarazadas, etc.
2- Conocer cuál es la demanda del grupo, en otras palabras, cuál es la necesidad. Diferenciar entre necesidades personales, grupales, comunitarias o institucionales. Esclarecer concretamente tal necesidad para enfocar la tarea profesionalmente. Descubrir si esa demanda tiene relación con algún programa nacional, provincial, zonal o local, para mantener la coherencia.
3- A partir de especificar bien la demanda, elaborar objetivos de alcance concreto, si es posible, factibles de lograr en el taller o disparadores para analizar en un corto plazo.
4- En coherencia con la demanda y los objetivos, planificar el número de encuentros que serán necesarios para cumplimentar la tarea. Muchas veces se solicita un taller, pensando erróneamente que de esa manera se producirán los grandes cambios y naturalmente que esto no ocurre, lo que deja una cuota de frustración importante como para rever la situación.
5- Quién va a oficiar de Coordinador; aquí es importante analizar cuál es su capacidad, su experiencia, su grado de compromiso, su habilidad para tomar decisiones en relación a la necesidad del grupo o la Institución.
6- A veces, teniendo en cuenta los puntos anteriores, se pierde de vista la relevancia del tiempo y el espacio físico, y entonces, la tarea se suspende por no haber previsto este tema. Es otra de las cosas que puede generar sensación de fracaso. No lo olvide.
7- Algo muy importante. No dejar librado al azar el tema de los recursos, y los materiales. Es parte de la infraestructura educativa. Muchas veces, en pleno taller, nos damos cuenta que nos olvidamos de algunas herramientas imprescindibles y tenemos que modificar toda una planificación sobre la marcha. Esto no es serio y responde a una falta de responsabilidad con toda la tarea.
8- Por último, para muchos talleres es fundamental contar con material bibliográfico adicional ya que los participantes, a través del taller, descubren otros conocimientos y sienten avidez por este tipo de material.
Para planificar el Taller propiamente dicho tenemos que pensar en el / los OBJETIVO / S.
Los objetivos pueden definirse como conductas deseables a alcanzar en un tiempo determinado y a las que se procura llegar a través de acciones previstas y por medio de recursos efectivos. Las acciones hacen referencia a todo movimiento conciente o inconciente que realiza todo ser humano o grupo social.
Los objetivos, una vez planteados, facilitan la selección de actividades y de recursos y el trabajo en equipo. Además permiten la identificación de las condiciones que deben darse para que se produzca el cambio esperado y, al mismo tiempo, la autoevaluación del sujeto o grupo con el que se está trabajando. Deben estar expresados claramente, en forma precisa, y en lo posible, en positivo.
Que estén formulados para poder alcanzarlos y no que sean tan difíciles como para no lograr el cambio deseado. Otra de las condiciones es que los mismos estén planteados en función de los sujetos que deberían modificar su comportamiento.
Si los objetivos están pensados en conductas a lograr, sin tener en cuenta un contenido, están mal formulados, por cuanto yo puedo decir que la conducta esperada es que las personas puedan describir, pero si no le agrego el contenido de la descripción, el objetivo está inconcluso.
Debería decirse: “Que las personas puedan describir las características del proceso grupal”, por ejemplo o “que las personas puedan observar la dinámica interna de la organización”.
La técnica de formulación de objetivos operacionales, como los enunciados, posee cuatro elementos fundamentales: conducta, contenido, condición y rendimiento.
La conducta siempre se piensa a partir de lo que el sujeto de aprendizaje debe hacer y se formula con un verbo: organizar, informar, realizar, etc.
El contenido manifiesta qué cosa debe relacionarse con el comportamiento observable, por ejemplo, los del párrafo anterior.
La condición se refiere a las reglas del juego para ser evaluado; por ejemplo, describir... en una fotografía, debatir... en grupo, etc. y el rendimiento mínimo se refiere a la cantidad del logro deseado, por ejemplo, describir cuatro características..., programar dos talleres..., etc.
En función del objetivo, reflexiono internamente desde la propia experiencia de participante, acerca del disparador más apropiado para el primer momento del taller, que es el espacio para la vivencia.
Cuando digo vivencia estoy pensando en alguna actividad que promueva la movilización del pensar a partir del sentir. Estas actividades, técnicas disparadoras, deben ser las más cercanas para ese grupo y lo serán en la medida que no se pierda de vista las personas que lo integran y sus características.
Ejemplo: en un grupo que se reúne por primera vez, es necesario, en el inicio del taller, plantear claramente el encuadre de la tarea, aludiendo con ello, a una pequeña introducción para armar un clima que nos permita evaluar, en esta instancia, cómo están las personas, qué grado de flexibilidad tienen, cuáles son sus expectativas, es decir, que le permita al coordinador elaborar algunas hipótesis diagnósticas para llevar adelante su trabajo. El encuadre y luego la presentación de los participantes, ayudan a romper el hielo y empezar un nivel de comunicación más distendido, posibilitando una mayor escucha de los otros.
En un grupo que ya viene compartiendo una tarea, en el inicio hay que contemplar las redes de identificación y el juego de roles que se pone de manifiesto, investigando, al mismo tiempo, esa historia grupal que puede favorecer u obstaculizar el proceso. Por lo tanto va a haber que cuidar mucho el tipo de técnicas que se van a proponer.
Es muy importante estar atento y con amplia escucha en este momento de la vivencia, que puede ser dialogada, jugada con diversos materiales o dramatizada, para poder reflexionar después de la experiencia. Este es el segundo momento del taller. En esa reflexión aparecen pensamientos, generalmente profundos acerca del sentir. Comienza aquí una red de ideas que se van entrelazando y constituye la base de nuevos conocimientos producidos a través del interjuego de relaciones de los distintos integrantes, de las ideologías subyacentes, de las necesidades compartidas.
Si el coordinador pudo ir enlazando las ideas, conceptos, pensamientos, en el último momento, se conceptualiza, se realiza la síntesis de contenidos grupales. Muchas veces, he visto coordinadores que se quedan en la pura reflexión y así las personas del grupo se van con un grado de frustración, con sensación de haber perdido el tiempo. Cuidado, de lo que se trata es de implementar estrategias pedagógicas alternativas que no reproduzcan los viejos modelos tradicionales, donde la última palabra la tiene el docente.
El cuarto momento es el de la evaluación, y muchas veces este espacio se pierde por falta de planificación o por mal uso del tiempo dedicado al taller.
No por ser el último paso deja de tener importancia tanto para los participantes como para el coordinador o el equipo de coordinación. Los primeros necesitan hacer un recuento de lo vivido y explicitarlo, no sólo a nivel de experiencias positivas, sino también las negativas. Es un espacio para la catarsis y al mismo tiempo para escuchar el análisis del coordinador en relación al rendimiento del grupo.
Los que coordinan necesitan recibir una devolución de las vivencias del grupo, sobre todo para ratificar o rectificar el modelo del taller y de esa manera encontrar nuevos aprendizajes.
Es muy importante dejar un espacio para la evaluación conceptual, emocional y reflexiva, ya que ella será el punto de enlace con las siguientes reuniones, si las hubiera o para dejar una impronta que permita reencontrarnos en otra oportunidad.
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